Ya no pienso que un poema pueda salvarme.
El poema es una cosa inútil.
A mí siempre me obsesionan
las cosas que no sirven para nada.
Martina Cruz
Podría escribir otro post de Substack sobre la importancia de disfrutar de las pequeñas cosas. Podría romantizar mi vida y contar una historia tierna para acompañar el domingo y que las pocas o muchas personas que me lean salgan de acá exactamente igual que como llegaron, pero ligeramente más entretenidas. Podría.
Pero creo que si vuelvo a leer un texto que hable de la belleza de tomar un café al sol, prender una vela, respirar a la mañana o cambiar las sábanas, me arranco los ojos.
Yo no tengo idea como son las cosas pero sí se lo que me pasa a mí con todo esto. Últimamente cuando me encuentro en redes con la propuesta de disfrutar de lo simple, prestarle atención a los detalles y volver a lo básico de la vida para ser feliz me siento inequívocamente de una sola manera: engañada. Porque ya probé toda esa lista que supuestamente me va a hacer sentir mejor y muchas veces después de semanas de intentarlas todas me sigo sintiendo miserable. Y no porque no encuentre placer ahí, sino porque siento que no puede ser lo único.
Entiendo que en una época de regocijo en la crueldad esto puede ser una contracara. Entiendo también que, en medio de un consumo insoportable, disfrutar de lo chiquito es casi rebeldía. Supongo que en el fondo la culpa no es del flat white sino de la idea de una cura simple y universal a problemas tan singulares y complejos, y que esa cura la mayoría de las veces implica seguir consumiendo.
Sé que este presente es insufrible casi todo el tiempo y para tolerarlo hace falta negociar un poco con la realidad todos los días (o volverse completamente loco). Yo tampoco quiero nadar permanentemente en un mar de angustia y desesperanza. Tampoco quiero volverme solemne. Quiero ser todo menos solemne. Por eso no busco escribir ¡otro! manifiesto anticapitalista, porque al final del día seguramente voy a seguir haciendo muchas de las cosas que me hacen lo que soy: una casi treintañera de clase media.
Leí este post interesantisimo de
en el que se pregunta si la tendencia de “celebrar la simplicidad y el autocuidado”, hacer ejercicio, comer saludable y vestirse en tonos neutros, no esconde algo de clasismo, racismo y más palabras terminadas en ismo. ¿Será casualidad que esta moda limpia, sobria, discreta y disciplinada aparezca en el medio de este contexto? Peinemosnos iguales, usemos los mismos accesorios, el mismo uniforme (el conjunto de top y biker monocromático para ir a yoga o a pilates), ocupemos menos espacio, pasemos desapercibidas y olvidemosnos de lo que pasa más allá de nuestro eco.¿Será realmente posible la indiferencia cuando el caos todo el tiempo te respira en la nuca? Podría pensarse que no, porque la realidad está a un volumen demasiado alto como para desentenderse. Pero puede que sea ese tiroteo constante de información el que nos lleva a una anestesia generalizada para sentir menos, para blindarnos del malestar.
dice que a diferencia del siglo pasado, el objetivo del poder ahora no es que te asustes, sino que te acostumbres. Que veas tanto dolor que ya no puedas nombrarlo. Leila Guerriero opina que antes “eramos capaces de aguantar desgracias. Teníamos menos miedo. Quizás estábamos más vivos”..
.
Quiero escribir, tomar café, caminar al sol, leer muchos libros, ir a fiestas, modelar mi décimo portasahumerios en el taller de cerámica, comer bien, cuidar mi cuerpo; pero quiero también hablar de política, de plata, de la muerte y la tristeza. Quiero nadar, enredarme, hundirme en la belleza y en el horror, no mirar desde el borde. Quiero que las cosas del mundo nos importen de nuevo.
Quiero ocupar mi voz cuando casi todo me sale horrible y contarle a mis amigas sobre mis derrotas y que ellas me sigan llamando para contarme las suyas. No quiero que la angustia vuelva a ser un tema privado. Quiero seguir siendo frágil y débil y perder y rendirme y frustrarme.
Quiero escuchar a los adolescentes de mi familia cuando preguntan:
¿y para qué me va a servir la universidad?
Y poder decirles que, como mínimo, para pensar.
Y eso no es poco.
(Si es que pensar todavía sirve para algo).
Quiero hablar del derrumbe de todas las instituciones que conocemos y de la muerte de nuestros lideres. Quiero pensar si realmente hace falta destruir todo lo que aprendimos en la modernidad o si solamente esos valores están en crisis y hay que transformarlos aunque no sepamos cómo. Estoy segura de que nadie lo va a poder hacer solo, de que el aislamiento y la resignación muda como respuesta a la crisis tiene menos que ver con un refugio y más con una derrota. Y tambien estoy bastante segura de que nada se va a resolver con un post de Substack.
.
.
En el medio de todo eso, quiero seguir dedicándole el tiempo a las cosas que no sirven para nada, pero que de verdad me acercan a mí y a los otros. A las cosas inútiles (pero inútiles en serio), que por más que quiera no podrían monetizarse, que no generan contenido, que no entran en ninguna app ni en un KPI. Como leer todas las noches antes de dormir, pasear por la ciudad, cocinarle a la gente que quiero, hablar con mis amigas, preguntarles cómo se sienten, mirarlas, escucharlas, tocarlas. Encontrarnos a leer, ir a la plaza, mirar una película, reirnos hasta las seis de la mañana (mentira, siempre me agarra sueños antes). Salir de la burbuja del aislamiento. Cruzarnos en la calle con gente que se ve distinta, que piensa otras cosas. Seguir repasando una y otra vez la historia de mi familia: desde la mujer madre soltera que fue mi bisabuela, a mi abuelo obrero, a mi mamá universitaria. Entender cómo fue posible todo eso, pensar cómo podría volver a ser posible ahora.
Repetir, insistir en las cosas que no me salvan pero tampoco me entregan. Especialmente en momentos de vulnerabilidad, que es cuando mejor viene la ternura. Seguir rodeando con mis actos el vacío que a veces toma mi vida casi por completo. Hasta que me aburra, o hasta que aparezca una nueva forma de fe..
*
*
Termino de escribir esto y se me viene a la mente uno de los libros que más marcó mi adolescencia. Me acuerdo hasta de la posición en la que estaba en la cama cuando leí por primera vez Las ciudades invisibles, de Italo Calvino y de lo poco que entendí en ese momento. Pienso en esa confusión adolescente, pienso que en realidad estaba leyendo para mi yo del futuro, que todo eso me acerco a este ahora:
El infierno de los vivos no es algo que será. Hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
― Italo Calvino, Las ciudades invisibles.
Todo lo anterior surgió como consecuencia de:
-Estar viendo Fleabag por tercera vez (nunca es suficiente).
-Haber leído La utilidad de lo inutil de Nuccio Ordone (me aburrí bastante pero aburrise está bien de vez en cuando).
-Estar leyendo este libro nuevo de Tamara Tenenbaum en el que van apareciendo preguntas interesantes sobre la vida actual en Argentina pero también en este planeta (preguntas que dialogan con Un cuarto propio de Virginia Woolf, de ahí el nombre):
-Pasar muchas horas en esta maravillosa red social, descubriendo cuentas bárbaras como:
, , y .-Haber terminado lo que para mí es una de las mejores series de las últimas décadas con esta escena superior a todo (SPOILER de Bojack Horseman que si no la vieron es la señal para verla ayer y si ya la vieron veanla de nuevo):
-Esté articulo publicado en The Guardian mientras se están bombardeando todas las potencias mundiales.
-Ver y aprender de mis amigas haciendo cosas reales y geniales y le dedican su tiempo a espacios fundamentales como este.
Gracias por leer. Es muy lindo encontrarnos en las palabras, también en las acciones, también en la compañía (le tomo prestada esta frase a Gustavo Yuste).
Nos vemos la próxima.
Magui
Gracias por la mención, Magui 🖤 Me honra y me emociona aparecer tan encarnado. Me quedo con eso que dicess: que el aislamiento no es refugio sino derrota. Qué claridad. Qué ganas de seguir buscando eso “que no es infierno” y hacerlo durar.un abrazo inmenso
Muchísimas gracias por la mención 🖤🙏🏻